viernes, 2 de septiembre de 2011

La musicalidad de lo pictórico


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Obras de Juan J. Jorge Harb
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La pintura esencial es pintura ontológica: concierne al ser y a la identidad. Se trata de un concernir a lo permanente, que de ninguna manera constituye una apelación a lo eterno, siquiera a lo sacro, si bien sí a lo mítico y a lo místico.

La obra de Harb es inseparable de la identidad. A través de imágenes de hondo americanismo hurga silenciosamente íconos, símbolos y signos que explican comprensivamente el ethos del oprimido. Colores vibrantes, ondulaciones musicales, composiciones atmosféricas, al igual que equilibrios y tensiones de gran empatía, dialogan con ojos de mirada rebelde, rostros sublevados y escenas de resistencia. Son imágenes que expresan poéticamente la convulsión, el disenso y la intransigencia. En ellas flotan las historias densas y polícromas que la óptica dominante intenta ocultar; son historias, caras, miradas y sensibilidades sin patrones. En ellas tan sólo vive la subversión: subvierten la mirada y el orden de los sueños, y logran subvertir el cosmos intocable.

La impronta narrativa gana fuerza y expresión a medida que observamos murales y cuadros de estilo muralista. En todos ellos, constituyéndolos, subyacen gestos, notaciones gráficas y tonalidades de vida cursiva. Es entonces que la palabra no escrita equilibra al sentido, y la concinidad acompaña la militancia. Así comprendemos el lirismo que empapa las superficies tratadas por Harb, el cual convierte la belleza histórica de rostros y multitudes en belleza plástica, tan etérea y espiritual como grave y comprometida.


Retratos que desatan la complejidad de los individuos -pero también el enigma que los compone, recalcando la integridad al igual que el misterio-, y escenas que describen momentos populares irrenunciables, tan pretéritos como presentes, conforman un conjunto de obras figurativas donde la pregnancia no traiciona la memoria, y lo pictórico abraza la ruptura, exaltando la musicalidad de lo existente.


Pintores argentinos

Una tarde de Mayo Juan me recibió en su consultorio. Habíamos pactado la reunión con bastante anterioridad, a lo largo de sucesivos encuentros en muestras e inauguraciones. Acompañando una mirada profunda, su voz relajada enuncia pensamientos y percepciones que dejan entrever su exquisita sensibilidad. Con parsimonia, incluso con serenidad, fue mostrándome parte de su obra personal. Vi acrílicos, óleos y dibujos; quedé impactado con sus bocetos, reveladores de una mano blanda, sutilmente consolidada a lo largo de los años. Luego me señaló algunos trabajos de Carlos Alonso y Ricardo Carpani, dando inicio a otra etapa en la conversación, ya de índole biográfico. Con una taza de café en mano fuimos trasladándonos a sus encuentros con las atmósferas artísticas de los sesenta. En Buenos Aires, mientras estudiaba Medicina, trabó amistad con el grupo de artistas vinculados al muralismo americanista. Eran momentos de inestimable utopismo, tiempos en que la revolución se urdía cotidianamente en barrios, plazas y bares. La pintura convivía con el estudio, y estas no renunciaban a la militancia. Gran cantidad de jóvenes y adultos desarrollaban innúmeras actividades cotidianas, todas ellas caracterizadas por un compromiso mayor para con ideas desvinculadas del mundo del consumo y el mercado; era la década donde lentamente se construyeron el Cordobazo y el mayo francés.

En este clima se gestó una idea de la pintura y la sensibilidad donde el sentido acompañó lo pictórico. Una obra no sólo debía expresar un canon de belleza formal; debía transmitir una idea, interpretar el mundo con vistas a su transformación. Tal fue el contexto mayor desde donde Juan Jorge Harb se adentró en la poética de lo plástico. Una poética visible con claridad en la muestra “3 Pintores Argentinos” donde exhibió trabajos junto a Carlos Clemen y Ricardo Campodónico en el Salón de Profesores de la Facultad de Medicina. En el catálogo, que indica como entidad organizadora a los Centros Populares de Cultura de la Federación Universitaria Argentina (F.U.A.), se lee: “Estos jóvenes pintores argentinos dotados de una extraordinaria sensibilidad social asumen en su obra el mas bello de los compromisos, el compromiso con EL HOMBRE, así con mayúsculas lo que equivale a decir con todos los hombres que sufren y luchan para defender su pan y su libertad”.

Era evidente que con sus veinte años, Juan Harb ya integraba los círculos de artistas y pensadores populares. Esto en parte explica sus fluidos contactos con Bruzzone, Grippo, Alonso y Carpani, con quienes forjó peculiares miradas sobre lo real, miradas que ven con toda la densidad del ojo. Miradas atentas al movimiento, la masa y el color.


Caminos

El 4 de Setiembre del presente año inauguró “Recorriendo Caminos”, una muestra en la Sala Mareque del Centro Municipal de Cultura de Santa Rosa consistente en telas y papeles que recorren parte de su basta producción, y homenajean a figuras centrales del mundo de la cultura y la política. María del Carmen Perez Sola, Ricardo Nervi, Felipe Vallese o Pablo Neruda son retratados desde una composición única e inconfundible. En otras pinturas se estudian a personajes del pueblo, como doña Clotilde, una santiagueña oriunda de la zona de Mal Paso cuyo marido fallece a fines de 1966, días después de ser alcanzado por una bala disparada por los militares que reprimieron el desarrollo de una huelga en los ingenios. “El Hector”, como el artista plástico le recuerda, tuvo un velorio clandestino en el sindicato de la FOTIA. En esa oportunidad, el concertista Miguel Ángel Estrella ejecutó partituras en su honor.

A mi juicio, de entre los trabajos expuestos sobresalen “Recorriendo caminos”, óleo de valor inestimable, absolutamente espiritual y despojado; “Mis zapatos”, acrílico bellísimo, quizá un aleccionador ejercicio pictórico, de vuelo inconmensurable; “Pachamama” pieza de 1964, probablemente la mayor prueba de la sensibilidad colectiva exhalada por un interior rioplatense en busca de un vibra autónoma en el conjunto americanista. También ha de destacarse “Madres”, exquisito grabado donde las figuras parecen desprenderse del soporte, adquiriendo vuelos indescifrables, y “Clotilde”: retrato de intimidad mayor, que suavemente interpreta las marcas que en la piel dejan las luchas y los años.


Producción reciente

Con el transcurso de las semanas visité a Harb con frecuencia. Su consultorio-atelier es sobrecogedor. Uno puede distender la mirada e intentar comprender el críptico mundo de un artista vinculado al trascendente grupo Espartaco. Las paredes de la edificación están repletas de obras, y por doquier asoman atractivos bocetos hechos en hojas de diverso tamaño. Sobre uno de los escritorios un maletín con la tapa desplegada alberga parte de los materiales. Es una verdadera valija de artista que recuerda las obras conceptuales de Grippo y Vigo: en ella están parte de los acrílicos, óleos y pinceles que Juan emplea cotidianamente. “Acá pinto todos los días”, me dijo. “Y nació el mural del Che, que está en su casa museo de Alta Gracia”, continuó, mientras desplegaba un rollo gigante compuesto por varias hojas pegadas unas a otras: era el boceto a mano alzada del comandante. Una pieza, a mi entender, de valor inestimable, tan valioso como la pintura final. Cabe recordar que la obra esta emplazada en el Museo cordobés de renombre creciente. La imagen explora toda la fuerza de los colores puros, subrayándose la firmeza del carácter en la profundidad de la mirada. No obstante, y muy a pesar de las certezas escrutadas en lo visible, subyace la mística revolucionaria, la cual flota en los ritmos reverberantes de una sensibilidad que comprende lo explícito sin marginar la belleza del enigma.

Es precisamente la capacidad de entrever lo no visto aquello que incrementa el valor ontológico de estas pinturas, grabados y dibujos. La actitud de volver visible al ser, con todos sus atisbos difusos, y hacerlo sin caer en la anécdota o el panfleto, es verdaderamente difícil. Obras como “Obrero” (retrato de Antonio Skara, fallecido presidente de la Cooperativa Popular de Electricidad, donada a la institución homónima en el presente año) contienen en sí toda la rica experiencia pictórica, cognoscitiva y vivencial de su autor; no sólo interpelan –a través de la sólida mirada del dirigente cooperativo-, sino que poetizan lo existente, volviéndose forma pura y alegato del color.

Hace unos meses el pintor Nicolás Mensa me obsequió un enorme libro bilingüe escrito por Fermín Fèvre. Bajo el título “Reivindicación de la pintura (The vindication of painting)”, el reconocido teórico aborda los trabajos de aquel plástico. Es un título más que interesante, y me regresa a la obra de Juan J. Harb, la cual constituye una reivindicación de lo existente. Reivindicación, claro, a partir de la plena existencia del color y la forma; una reivindicación de la vida, la humanidad y la justicia. Una reivindicación, a secas.

Miguel Ángel Rodríguez